La Historia guarda la memoria del pasado. Hacemos dicha afirmación porque estamos viviendo una situación en este año de 2016 que es percibida en muchos ambientes como algo poco menos que apocalíptico, a causa de la situación de ingobernabilidad en que nos encontramos. No queremos justificar la falta de capacidad de los políticos que hoy tienen en sus manos la decisión de formar gobierno, pero hemos de señalar que no es la primera vez, ni mucho menos, que en España hemos pasado por un trance parecido. Nuestro siglo XIX es extraordinariamente rico en toda clase de situaciones. Desde gobiernos relámpago, que apenas tuvieron vigencia durante veinticuatro horas -uno de ellos protagonizado por el duque de Rivas-, hasta una sucesión de asonadas militares que convirtieron al ejército en el gran protagonista de nuestra política decimonónica.

En lo que se refiere a dificultades para formar gobierno tenemos donde elegir, una vez que quedó asentado el sistema liberal burgués como forma de organización del Estado. En el año 1836, en los albores del sistema constitucional, se vivieron tres elecciones. Las primeras se celebraron en febrero como consecuencia de una derrota parlamentaria del gobierno presidido por Mendizábal y que la Corona resolvió disolviendo las Cortes. Las segundas se celebraron en junio, como ahora, pero Istúriz, que fue el candidato propuesto por la Corona, no logró la investidura. Las terceras se celebraron en octubre y dieron lugar al pronunciamiento de los sargentos de la Granja.

Pocos años después, entre 1843 y 1844, volvieron a celebrarse otras tres elecciones. Las primeras fueron en febrero y supusieron una derrota sin paliativos de los progresistas, pero no se pudo formar gobierno y el Jefe del Estado, entonces lo era el general Espartero en su condición de regente de Isabel II, decidió disolver las Cortes y convocar nuevas elecciones para septiembre. Las urnas dieron mayoría para gobernar, pero los progresistas, que otra vez resultaron vencedores, se dividieron y no hubo forma de configurar un gobierno con apoyos suficientes para acometer su tarea. Fue necesario convocar nuevas elecciones en septiembre de 1844 y tras ellas los moderados lograron formar un gobierno con cierta estabilidad parlamentaria.

La palma de la inestabilidad gubernamental se la lleva la situación vivida durante el llamado Sexenio Revolucionario (1868-1874). Entre marzo de 1871 y  mayo de 1873 hubo cuatro elecciones en las cuales no sólo cambiaba el gobierno, sino la propia forma de organizar el Estado.

Nos encontramos, pues, ante una situación que nos resulta anómala porque desde que en España se recuperó la democracia y las urnas volvieron a utilizarse para configurar las Cortes, nunca se había vivido una situación similar, al imponerse un bipartidismo que, cuando no tenía mayorías absolutas, contaba con la muleta de los nacionalistas catalanes y vascos. Con el paso de los años ese bipartidismo empezó a ser denostado, pero, al igual que durante la Restauración canovista, dio estabilidad gubernamental. Luego las miserias de la corrupción -como en la Restauración-, acompañadas de una crisis que tiene pocos precedentes, han alumbrado la aparición de nuevas formaciones políticas y, en cierto modo, han generado la situación en que nos encontramos. Pero ni es el apocalipsis, como pronostican algunos agoreros, ni es la primera vez que los españoles han de afrontar una situación parecida. En cualquier caso, se hace necesario buscar la salida y algo se está moviendo en las últimas fechas con no poco escándalo.

(Publicada en ABC Córdoba el 8 de octubre de 2016 en esta dirección)

Deje un comentario