CON esa visión de lince político que siempre le caracterizó —ahora anda zascandileando por la Venezuela del chavista Maduro, al que asesoraban podemitas como Iglesias Monedero—, Rodríguez Zapatero organizó con el turco Recep Tayyip Erdogán la llamada pomposamente «Alianza de Civilizaciones». Aquella ocurrencia tuvo poco recorrido y se quedó en agua de borrajas porque, aunque en Europa soplen ciertos vientos de «consentimiento», ya tenían calado al autócrata turco. Erdogan es un islamista que, además de acaparar parcelas de poder cada vez mayores —inconcebible en un estado democrático—, está desmontando poco a poco la Turquía que quiso Mustafá Kemal, conocido como Atatürk y que suponía la modernización del país, tras la humillación que supuso la firma del tratado de Sèvres que para el Imperio Otomano significaba, además del reconocimiento de la derrota en la Primera Guerra Mundial, el descuartizamiento de su imperio, que ya antes, en 1916 —hace ahora un siglo— se repartieron franceses y británicos en el llamado acuerdo secreto Sykes-Picot para el caso de que ganasen la mencionada guerra. Con aquel reparto echaron las bases del polvorín que hoy es Oriente Medio y los ingleses, como es habitual en ellos, nos lo han contado a su manera en una película extraordinaria: «Lawrence de Arabia», con una magistral interpretación de Peter O’Toole, acompañado por Omar Sharif Anthony Queen. Si queremos acercarnos a ese momento de descomposición de los dominios de los sultanes —Mehmet VI abdicó— y su sustitución por el colonialismo europeo podemos leer la preciosa novela de la francesa Kenizé Mourad «De parte de la princesa muerta».

Recep Tayyib Erdogan está aprovechando que el golpe de Estado que buscaba echarlo del poder fue un fracaso para hacer una limpieza a fondo entre todos aquellos que se resisten a su poder de autócrata. La limpieza tiene como objetivo eliminar la oposición en amplios sectores del ejército a su forma de ejercer la presidencia —basta con fijarse en las cifras de generales detenidos o destituidos—, sabiendo que el ejército en Turquía a lo largo del último siglo ha sido el garante del legado de Atatürk que Erdogan está dinamitando. Pero no sólo en el ejército las purgas están siendo escandalosas, ha aprovechado el golpe de Estado para coartar libertades, como la prohibición de viajar al extranjero a ciertas personalidades, y arremeter contra amplios sectores de la sociedad civil: rectores de las universidades, profesores de todos los niveles educativos, periodistas, médicos, jueces…

El fallido golpe, sobre el que se han cernido toda clase de sospechas, ha tenido otra consecuencia muy importante. Las pésimas relaciones que Erdogan mantenía con otro autócrata, como Putin, han dado un giro de 180 grados. Por sus declaraciones parecen estar a partir un piñón. Por el contrario, ahora los perversos son sus aliados de la OTAN donde Turquía desempeña un papel relevante tanto por su posición estratégica —el Bósforo es la llave del mar Negro—, como por la potencialidad de su ejército. Ha llegado a afirmar que es Occidente quien apoya el terrorismo. Ante un dictador como este, Occidente no debe consentirle más tropelías.

Aunque no restablezca la pena de muerte que parece ser el límite que imponen a sus desmanes. Sin pena de muerte Erdogan es un personaje poco recomendable, aunque sea útil a quienes quieren usarlo como parachoques de la inmigración a Europa.

(Publicada en ABC Córdoba el 10 de agosto de 2016 en esta dirección)

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