Hace en este 2016, en que según algunos vamos camino de volver a votar, aunque soy de los que están convencidos de que se formará gobierno, cuatrocientos años de la muerte de Gómez Suárez de Figueroa, mucho más conocido como el Inca Garcilaso de la Vega o simplemente como el Inca Garcilaso. En tierras cordobesas, primero en Montilla y más tarde en la propia Córdoba, pasó una buena parte de su vida al decidirse a venir a España, lo que hizo en un viaje azaroso y lleno de peligros, cuando apenas había cumplido los veintiún años.
Hijo de uno de los muchos conquistadores extremeños, el capitán Sebastián Garcilaso de la Vega —ligado a la facción pizarrista en las luchas intestinas que sacudieron al viejo imperio Inca (virreinato del Perú tras la conquista española)—, y de la princesa inca Chimpu Ocllo, Garcilaso el Inca es una muestra, somos conscientes de su especificidad por razones familiares y culturales, de un mestizaje que resulta imposible encontrar en la colonización anglosajona. En los territorios americanos que formaron parte del imperio británico el exterminio de la población indígena fue la nota dominante y para ocultarlo no han tenido reparo en cargar de tintes negros la acción de los conquistadores españoles. Gómez Suárez de Figueroa es resultado de un elemento de la colonización española y desde luego, podemos considerarlo una referencia para la multiculturalidad de nuestro tiempo. Había nacido en Cuzco y llegó a España con el propósito de conocer a su familia paterna y, al haber recibido una esmerada educación, acabará por convertirse en la primera persona que, habiendo nacido al otro lado del Atlántico, publique un libro en Europa.
En España no todo fueron facilidades. No logró su propósito de que se le concediesen una serie de beneficios a los que se consideraba con derecho por cuenta de los servicios prestados por su padre a la Corona y ser mestizo no le favoreció. Sin embargo, recibió herencias importantes de su familia, principalmente de su tío el capitán, Alonso de Vargas y de su esposa, afincados en Montilla. Ese dinero le permitió vivir holgadamente respondiendo a su condición de hidalgo. Siguiendo la tradición familiar se enroló en el ejército, aunque su paso por la milicia fue algo muy breve, si bien luchó contra los moriscos en la guerra de las Alpujarras y en sus obras se nominaba como Capitán de Su Majestad. Tomó los hábitos eclesiásticos y se dedicó al cultivo de la literatura, utilizando el nombre de Garcilaso de la Vega, apellidos paternos, que lo relacionaban con el gran poeta del mismo nombre. Tras su estancia en Montilla se afincó en Córdoba donde pasaría los últimos veinticinco años de su vida.
Nos dejó una notable bibliografía en la que destacan las dos partes de «Los Comentarios Reales», cuya segunda parte fue publicada en Córdoba por la viuda de Andrés Barrera en 1617, después de la muerte del autor, porque hubo un importante retraso en la impresión. Vio la luz con el título de «Historia General del Perú», pero en realidad forma un conjunto con los Comentarios. En la obra ensalza a los incas, idealizándolos, y justifica la conquista española dejando patente la sangre mestiza que corría por sus venas.
Unos años antes de morir, en 1612, compró la Capilla de la Ánimas en la Catedral de Córdoba para ser enterrado en ella. Allí descansan sus restos mortales desde hace cuatrocientos años.
(Publicada en ABC Córdoba el 27 de julio de 2016 en esta dirección)
Excelente historia , la cual desconocía , pero si tenia conocimiento , del escaso mestizaje de los ingleses con los auténticos americanos a los cuales los ex terminaron , y los pocos que quedaron los mandaron a las reservas .
Un saludo