Para algunos -no incluyo a algunos ediles del Ayuntamiento de Córdoba, a quienes no pareció adecuado hacer una condena sin paliativos del atentado del pasado mes de noviembre en Paris- puede dar la impresión de que el terrorismo es ahora más terrorismo. La salvajada de un asesino masacrando mujeres y niños en el Paseo de los Ingleses de Niza, cuando habían disfrutado de una colección de fuegos artificiales, como la de un coche bomba que estalla en un mercado de Bagdad matando indiscriminadamente, tienen la misma calificación. La misma que tienen los asesinos de ETA que colocaron una bomba en un supermercado provocando una matanza o disparándole un tiro en la nuca a Miguel Ángel Blanco. Igualmente la tienen quienes colocaron las bombas en los trenes de Atocha el 11 de marzo del 2004. En su conjunto o individualmente todos esos asesinos, invocando lo que quiera que invoquen, no dejan de ser eso, asesinos.
Hubo años, felizmente pertenecen al pasado, en los que amplias zonas de Francia eran lo que se dio en denominar “el Santuario”, el lugar de refugio de asesinos de ETA. Eran incluso bien vistos. Se les consideraba unos luchadores por la libertad, unos chicos que sostenían sus ideas con el argumento de las pistolas. Hasta que no desapareció “el Santuario” la lucha contra los terroristas de ETA se encontró con graves problemas, pese a que los cuerpos de seguridad españoles cada vez controlaban con mayor eficacia sus movimientos y limitaban sus posibilidades de acción. Ha sido una lucha de muchos años, sin descanso -casi sin treguas, salvo contados momentos en que algunos pensaron que se podía negociar con el terror-, y eso tuvo entre otras consecuencias la formación de agentes especializados, verdaderos expertos. Frente a la bisoñez de los primeros años, los cuerpos de seguridad españoles fueron acumulando una experiencia que no estamos ni siquiera en condiciones de imaginar. Pero algo podemos barruntar. No es ningún secreto que en España el número de radicales islamistas no es pequeño, a tenor de las cifras de detenciones que se llevan a cabo en puntos muy diferentes de la geografía nacional. Lo mismo son detenidos en Madrid, que en Barcelona, que en Canarias o que en Melilla. Muchos de esos yihadistas lo son por ser reclutadores de gente para engrosar las filas del Daesh, lo son por ser propagandistas del radicalismo, también por estar en disposición de cometer atentados como los que en los últimos meses se han sufrido en París, en Bruselas o en Niza. Pero lo que barruntamos es sólo la punta del iceberg de lo que las fuerzas de seguridad -policía nacional y guardia civil- están haciendo para que en España, que ha aparecido en numerosas ocasiones como objetivo de los radicales islámicos, no vuelva a ocurrir lo de aquel fatídico 11 de marzo.
No sabemos si el terrorismo nos golpeará de nuevo. Ni cuando ni donde, pero somos conscientes de que la actuación discreta y el trabajo silencioso de muchos agentes ya ha evitado atentados y posiblemente alguna masacre en nuestro país. No se trata de un consuelo para lo que estamos viviendo ante la amenaza de quienes atacan nuestras formas de vida con cada atentado y se parapetan en esas formas de vida y su legislación, que no respetan, para dar alas a sus crímenes, pero cuando menos nos debe servir de reconocimiento a un trabajo silencioso y eficaz.
(Publicada en ABC Córdoba el 20 de julio de 2016 en esta dirección)
Como muchos de tus artículos BUENÍSIMO de un muy antiguo alumno tuyo.Saludos