Hay gente que piensa que Pedro Sánchez es una especie de copia de quien, por una serie de circunstancias casuales -ganar un congreso de su partido por unas decenas votos de forma inesperada o encontrarse con muchos miles de votos inesperados como consecuencia de un terrible atentado terrorista en marzo de 2004- se convirtió en presidente del gobierno. Nos referimos, claro está, a Rodríguez Zapatero, cuyo paso por la Moncloa dejó al país al borde de la quiebra y del rescate por parte de la Unión Europea. Quienes piensan que Sánchez es una copia señalan su entrada en cargos de responsabilidad por circunstancias casuales –dimisiones de quienes ocupaban esos puestos por ir antes que él en las listas electorales o ganar un congreso contra el pronóstico inicial- y también aluden a su escaso recorrido en el mundo laboral; apenas ha ejercido actividad fuera de la política después de concluir sus estudios.
Sin embargo, hay una gran diferencia. Rodríguez Zapatero fue presidente y Sánchez no lo es, al menos todavía no lo es, aunque está empeñado en serlo y parece dispuesto a pagar cualquier precio por ello después de haber obtenido los peores resultados cosechados por el partido socialista y dejarlo con sólo 90 diputados. Todo apunta a que está dispuesto a cualquier cosa con tal de ser presidente del gobierno de España. No ha vacilado en aceptar una encomienda del Jefe del Estado para someterse a la investidura en un acto tan criticable como el que Rajoy rechazara esa posibilidad, siendo el partido más votado en las últimas elecciones. Los apoyos de uno y otro eran muy similares en número -Rajoy contaba con 123 y Sánchez logró 131-. El secretario general de los socialistas simplemente fue más osado. Ha cerrado un acuerdo con Ciudadanos y afirma, tras su fallida investidura, que las negociaciones para ampliar los apoyos en un nuevo intento serían siempre junto a Ciudadanos. Ese compromiso ha durado sólo unos días. Ahora se reúne con Podemos, sin la presencia de Ciudadanos, como exigen en la formación morada. Ha visitado al nuevo presidente de la Generalitat, sin que sepamos muy bien lo que ha podido prometerle, aunque puede esperarse cualquier cosa después de que Rufián, el de los charnegos y portavoz de Esquerra republicana en el Congreso de los Diputados, hiciera honor a su apellido y desvelara ciertas promesas de Sánchez en su intento desesperado de sumar votos a su investidura. Sabe que en un hipotético acuerdo con Podemos necesitaría un gesto de Esquerra Republica o de Democracia y Libertad, aferrados a sus tesis independentistas, para alcanzar su objetivo. Como la reunión con Podemos no llegaba, no tuvo empacho en suplicar públicamente al presidente griego, Alexis Tsipras, que ejerza sus supuestas influencia sobre Pablo Iglesias para que este acepte sentarse a negociar con él. La respuesta del griego ha sido insultante para sus propósitos al negarse de plano a ejercer de alcahuete político. Jamás se había visto una cosa así en los avatares de la política española.
No es cuestión de vaticinios. Pero hay, como sostienen algunos, ciertas concomitancias entre Zapatero y Sánchez, y también un deseo en este último de alcanzar la presidencia no sabemos a qué coste, incluido el ridículo internacional. Una actitud que nos lleva a plantearnos hasta donde está dispuesto a llegar con tal de lograr su objetivo con la cuarta parte de los diputados del Congreso, amén de no haber sido la fuerza más votada.
(Publicada en ABC Córdoba el 2 de abril de 2016 en esta dirección)