Estos días escuchamos de forma reiterada la expresión “gobierno de progreso”, que Pablo Iglesias identifica con un gobierno de cambio que ponga en marcha nuevas formas de gestión. La pregunta que podríamos formularle el líder de Podemos, cuyo discurso se ha revelado, en el poco tiempo que se ejercita en política más allá de los platós de televisión, tan cambiante como una veleta movida por el viento, es ¿qué entiende por progreso y por nuevas formas de gestión?. Lo que se deduce de sus mensajes es que, más allá de un deseo desaforado por alcanzar cotas de poder aún a costa de modificar sus planteamientos con giros copernicanos, trata de vender como una novedad planteamientos políticos que se han mostrado muy perjudiciales para las sociedades donde se han impuesto. Un ejemplo palmario lo tenemos en la actual Venezuela, a la que Monedero o el propio Iglesias han asesorado. La situación de emergencia para la población llega a extremos que son, salvando las distancias, equiparables a las que se padecieron en la España de los años siguientes a la guerra civil de 1936-1939. Los desabastecimientos, el racionamiento de los artículos de primera necesidad o la carencia de medicamentos son hoy una realidad tras años de revolución bolivariana. Como en aquella España, la falta de libertad o la detención, aduciéndose los más espesos argumentos, sirven para privar de libertad a quienes son molestos opositores al régimen. Como en aquella España los graves problemas sufridos por la población eran culpa de agentes externos, de contubernios de los que formaba parte la masonería, el comunismo internacional o el judaísmo; incluso se aludía a tales contubernios en una fecha tan alejada de la contienda como 1962. Hoy, Maduro culpa de los males de Venezuela al presidente del gobierno de España -la expotencia colonial-, a los Estados Unidos de Norteamérica y al capitalismo internacional. En esa clase de regímenes cualquier excusa es válida para exculparse.
Quienes han recibido fondos de ese régimen en cantidades importantes, aunque desconocemos la cuantía total de las aportaciones de la Venezuela bolivariana a la causa de Podemos o de sus líderes, se han opuesto a las condenas internacionales por los atropellos gubernamentales o la falta de libertadas en Venezuela. Jamás ha habido una palabra de rechazo por parte de Iglesias y su gente ante las trapacerías gubernamentales de ese hermoso país que, teniendo gigantescas reservas de petróleo, se ve en la necesidad de importarlo.
¿Ese es el cambio con el que se le llena la boca a Iglesias? ¿Es ese el cambio de progreso? ¿Tiene que ver con lo que ocurre en la Grecia de Tsipras, cuyas promesas de cambio iban a poner en jaque a la Unión Europea y a quien Iglesias pedía que aguantase que él iba a llegar muy pronto a socorrerlo? ¿Era ese el cambio que esperaban los pensionistas griegos, cuyas pensiones no han tenido escuálidas subidas o se han congelado, sino que han perdido en algunos casos el treinta por ciento de su cuantía? ¿Era eso lo que esperaban los agricultores griegos que estos días protestan en Atenas?
Habrá que ver hasta donde es capaz de ceder Pedro Sánchez en su deseo por convertirse en presidente de gobierno. ¿Qué coincidencias tienen PSOE y Podemos en su modelo de Estado? ¿Cuáles en su modelo de sociedad? ¿Hasta dónde significa progreso un gobierno de cambio y que se denomina así mismo como progresista?
Alguna respuesta en las próximas semanas.
(Publicada en ABC Córdoba el 17 de febrero de 2016 en esta dirección)