No nos referimos en nuestra columna de hoy a los dos héroes del Dos de Mayo, los capitanes Luis Daoiz y Pedro Velarde, que se enfrentaron a los franceses aquel día, desobedeciendo las órdenes para que las tropas  españolas de la guarnición madrileña permanecieran acuarteladas, pese a que en la calle comenzaba lo que sería la guerra de la Independencia. Nos referimos a los leones de la fachada del Congreso de los Diputados, en la Carrera de San Jerónimo. Como Daoiz y Velarde los bautizaron los trabajadores de la fundición de la Real Maestranza de Artillería de Sevilla.

Los leones eran dos enormes piezas, labradas en bronce con los cañones capturados a los moros en las batallas de los Castillejos y Wad-Rass. Como en la fundición de artillería sólo se habían labrado cañones fue necesario que un cincelador francés, llamado Beegaret, diese forma a los detalles: ojos, boca, garras, uñas… Sustituían a los realizados en piedra por José Bellver -que habían reemplazado a los primitivos que, realizados en escayola, se habían deteriorado rápidamente-, porque resultaban demasiado pequeños para la grandiosidad del frontispicio del Congreso. A los madrileños más que leones les parecían perros rabiosos, lo que tuvo su recorrido, ya que los leones fueron utilizados en el reverso de las monedas de diez y cinco céntimos de las nuevas pesetas, acuñadas en 1870 por el gobierno provisional que regía los destinos de España, mientras el general Prim buscaba una testa que coronar para sustituir a la destronada Isabel II. Como los leones parecían perros rabiosos, los de las monedas también parecieron perros a los madrileños y los diez céntimos quedaron como “perra gorda” y los cinco, con la mitad de peso y valor, como “perra chica”, nombre que mantuvieron las monedas de diez y cinco céntimos incluso cuando los leones dejaron de ser el motivo grabado en su reverso.

Daoiz y Velarde presentan una diferencia llamativa. Uno de ellos carece de los atributos masculinos que exhibe el otro. Como no podía ser de otra forma en la Villa y Corte corrió el rumor de que había sido la escasez de bronce -los cañones arrebatados a los moros no daban para más- la que había marcado la diferencia. Parece ser que la razón fue la decisión que fueran león una leona y se eliminó la masculinidad de uno de los  animales, aunque no fue caracterizado con ningún atributo femenino. El peso de las esculturas es algo más que notable. Una de ellas pesa 3.474 kilogramos y la otra alcanza 3.666. Si esta última es la del león no resulta extraño que a los madrileños llamase la atención las diferencia entre ambos fuera, nada más y nada menos, que casi doscientos kilos. ¡Como para no darse cuenta! Los madrileños también rebautizaron a Daoiz y Velarde, haciendo gala de mucha irreverencia, con el nombre de Benavides y Malospelos.

En cualquier caso, han sido mudos testigos de algunos de los más importantes acontecimientos de la historia de España de los últimos 150 años. Hoy volverán a serlo con el comienzo de una nueva legislatura, que se presenta harto compleja, dada la distribución de escaños reflejada por la voluntad popular el pasado 20 de diciembre. Esperamos que sean también testigos de un tiempo de acuerdos que den estabilidad al gobierno si es que llega a investirse un presidente.

(Publicada en ABC Córdoba el 13 de enero de 2015 en esta dirección)

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