Desconocemos qué depararían las previsibles elecciones catalanas de marzo, pero sería una vía a reconducir las cosas.
En Cataluña tenemos elecciones a la vista, salvo que antes del próximo día 10 los de Junts pel Si tengan una ocurrencia -otra más- e inflijan a Artur Mas la suprema humillación de sustituirlo por algún otro candidato al gusto de la CUP, después de que haya tragado uno tras otro los cálices que se ha bebido en un intento, cada vez más desesperado, por lograr el apoyo de esos grupos antisistema.
Todo apunta a que los catalanes, enfrascados en una suerte de vorágine electoral desde que en septiembre de 2012 a Mas, en su condición de presidente de la autonomía catalana, se le cruzaron los cables, ofuscado tras una multitudinaria manifestación con motivo de la diada de dicho año y optara por la independencia. Quizá en su obnubilación se viera como otro Pau Clarís -el canónigo de la Seo de Urgel que fue presidente de la Generalitat para el trienio 1638-1641 y que se rebeló contra la monarquía hispánica, poniendo al principado de Cataluña bajo la protección de Luis XIII de Francia-, aunque sin imaginar que acabaría como presumiblemente va a terminar cuando se celebren las elecciones el próximo mes de marzo.
En poco más de cinco años la irresponsabilidad de Mas ha hecho que los catalanes vayan a ser llamados por cuarta vez a las urnas en unas elecciones autonómicas, tras las del 28 de noviembre de 2010, las del 25 de noviembre de 2012 y las del 27 de septiembre del 2015. En estos años, Mas ha conseguido algo que parecía imposible: dinamitar la centralidad de la política catalana, haciendo que Convergencia y Unió, el partido de la burguesía catalana y que había sido el dominador de la política en Cataluña desde los años de la Transición, se haya descompuesto y concurrido a las últimas elecciones generales con el nombre de Democracia y Libertad, perdiendo la supremacía electoral y reduciendo a la mitad su representación en el Congreso de los Diputados; y lo que es peor, ha logrado dividir a la sociedad catalana en dos mitades, al parecer irreconciliables en sus planteamientos al menos por el momento, y convertir la política catalana en un campo de Agramante donde hay mucha confusión y resulta algo más que complicado poder entenderse.
Hasta el momento la disciplina de partido ha hecho que haya propiciado un temor a discrepar abiertamente de sus ocurrencias. Pero lo ocurrido desde el 27 de septiembre, incluido el rosario de humillaciones a que la CUP ha sometido a lo que queda de los convergentes, puede que haya rebasado los límites del miedo a posicionarse contra los planteamientos de un desfondado presidente de la Generalitat desde hace mucho tiempo. Quizá en ese silencio cómplice hayan influido los algo más que presuntos casos de corrupción -la sede de lo que fue CiU está embargada por orden judicial- que salpica a numer osas instituciones y a quien fue el patrón del nacionalismo catalán, Jordi Pujol i Soley -el mismo que menospreciaba a los andaluces al catalogarlos como gentes de tercera- el mismo que comparecerá como imputado, después del embrollo de su estrafalaria herencia paterna.
No sé qué depararán las previsibles elecciones del próximo mes de marzo, pero si sé que los catalanes tendrán una oportunidad para reconducir la lamentable situación a que los ha conducido Artur Mas. Esperemos que no esté en la parrilla de salida, lo cual no será poca cosa.
(Publicada en ABC Córdoba el 6 de enero de 2016 en esta dirección)