Pedro Sánchez no se atreve a decir que quiere ser presidente.

Los saduceos eran una secta judía que, entre otras cosas, negaba la inmortalidad del alma y la resurrección del cuerpo. Eran un grupo importante en la Palestina donde vivió Jesús de Nazaret y en más de una ocasión se dirigieron a él para plantearle cuestiones capciosas, al ser de formuladas de forma tal que la respuesta podía ser malinterpretada y, desde luego, utilizada en su contra. Entre las preguntas que con dicha intencionalidad le formularon a Jesucristo estaban la de si era lícito pagar tributo al César o si se debía cumplir la ley mosaica de lapidar a una mujer adúltera. Durante los años de la Transición política que llevó a España de la dictadura franquista a una democracia parlamentaria -esa de la que algunos abominan, sin pararse a pensar que muchas de las posibilidades de ofrece la sociedad española actual son una consecuencia directa de ella- estuvo muy de moda la expresión «trampa saducea» para referirse apreguntas capciosas que se formulaban en las Cortes y también para aludir a añagazas con la finalidad de poner al adversario en un difícil trance u obtener rentabilidad política.

La imagen que trasluce estos días Pedro Sánchez, el apaleado -electoralmente hablando- líder socialista que ha llevado al PSOE, estando en la oposición, a obtener los peores resultados desde 1977, es la de un individuo que actúa de forma capciosa, como un saduceo. Afirma que debe ser el PP, en su condición de fuerza política más votada -le cuesta trabajo decir que en su condición de ganador de las elecciones- debe tomar la iniciatica de formar gobierno. También señala con rotundidad que, en una teórica votación para investir a Rajoy presidente, el grupo socialista votaría no. Está en su derecho. Pero no parece razonable que diga que lo peor que podría ocurrir es que fuera necesario repetir las elecciones y añadir a continuación, con un lenguaje saduceo, que, si Rajoy no logra la investidura -sólo puede conseguirla con la abstención del grupo socialista, habida cuenta de que Ciudadanos ha hecho pública su abstención- se encargará de explorar todas las posibilidades para que se pueda formar gobierno. Es decir, se presenta como un salvador que evitaría ese mal mayor que sería ir de nuevo a las elecciones.

En definitiva, la pretensión de Sánchez, pero no se atreve a decirlo, es ser presidente del Gobierno. Tiene que utilizar un lenguaje capcioso porque sabe que en el PSOE hay quienes no asumen que sea presidente a cualquier precio porque Sánchez pretende serlo sin ser el partido más votado. Pretende serlo estando al frente de un grupo parlamentario que cuenta con menos de la cuarta parte de los escaños del Congreso de los Diputados. Pretende serlo pactando con quienes formulan planteamientos anticonstitucionales, caso de Podemos cuando plantea un referéndum en Cataluña para decidir sobre la independencia de esa comunidad. Aunque eso de hacer afirmaciones anticonstitucionales no un es cuestión grave para Sánchez, ya que no ha tenido empacho en señalar que, si él fuera presidente, España sería laica, olvidándose de que la Constitución señala que España es aconfesional y, consecuentemente, sería necesario cambiar el texto de la Carta Magna para hacer realidad su afirmación.

La actitud capciosa de Sánchez es la propia de un saduceo, por no decir que con esa disposición nos toma a muchos por imbéciles cuando con sus afirmaciones pretende enmascarar su última intención.

(Publicada en ABC Córdoba el 26 de diciembre de 2015 en esta dirección)

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