Bandoleros ya hubo en el siglo XVI en Cataluña; hoy, cobra en forma de comisiones del 3% y tiene su centro en Andorra.
Raimundo de Lantery, un comerciante de origen saboyano afincado en el Cádiz de finales del siglo XVII, nos dejó unas sabrosas memorias que nos permiten conocer algunas de las realidades de la España que se despedía de la casa de Austria. Entre las cosas que nos decía estaba el hecho de que en el camino real que discurría entre Cádiz y Madrid había algunos tramos particularmente peligrosos. Ello obligaba a los viajeros a contratar servicios de escolta para que les protegieran. Uno de los lugares más peligrosos, nos dice Lantery, estaba en la zona denominada La Parrilla -se refería a la proximidades de Écija- por la presencia de partidas de forajidos que con frecuencia atacaban a los viajeros. Añadía que, según el rumor que circulaba, los bandoleros eran caballeritos del lugar. El bandolerismo no desapareció de la zona con la llegada del siglo XVIII. Carlos III impulsó la colonización de Sierra Morena con las llamadas Nuevas Poblaciones y con el objetivo de llenar el vacío demográfico de la franja que había entre Sierra Morena y la margen derecha del Guadalquivir. Tampoco esa iniciativa solventó el bandolerismo en la zona y en el siglo XIX enseñoreó la comarca una partida a la que llamaron los «Siete Niños de Écija». Cuenta la leyenda que la partida surgió, en los años de la guerra de la Independencia, como un grupo de patriotas que luchaban contra Napoleón, pero una vez expulsados los franceses se dedicaron al bandidaje. Los «Siete Niños de Écija» fueron un puntal en la creación del imaginario colectivo en el que el bandolerismo era cosa andaluza, muy ligada a Sierra Morena. Pero como ha ocurrido en tantas ocasiones unos crearon la fama -desde luego los bandoleros decimonónicos andaluces no fueron mancos- y otros cardaron la lana.
Señalamos esto último porque Cataluña ha sido también tierra de grandísimos bandoleros. Afirma Joan Reglá en un enjundioso artículo, titulado «El bandolerismo en la Cataluña del Barroco», que en los documentos de los siglos XVI y XVII se reiteraba: «tota Catalunya està plena de bandolers». Cierto. Famosas fueron en el reinado de Felipe III las cuadrillas de bandoleros de personajes como Rocaguinarda, Trucafort o Tallaferro y unas décadas más tarde, ya en tiempos de Felipe IV, cobró gran notoriedad un tal Joan Sala Serrallonga de quien se contaban extraordinarias proezas como bandolero.
No parece que el bandidaje haya mermado su presencia ni sus acciones en la Cataluña de hoy donde algunos, con notoria ignorancia y mala intención, señalan como ladrona a España y han convertido en una especie de dogma el «España nos roba». Falaz afirmación que ya forma parte del sedicioso ideario del independentismo catalán. Más bien, el bandidaje catalán de nuestros días ha cobrado la forma de las comisiones, tasadas en el 3 por ciento -ciertas investigaciones de la fiscalía señalan que el porcentaje en muchos casos era muy superior-, que eran abonadas por numerosas empresas para contratar con la administración pública catalana. Ese bandolerismo moderno ha sido ejercido, presuntamente, por algunas familias de «caballeros» del lugar, que recuerdan a los caballeritos mencionados por Raimundo de Lantery como los atracadores en la zona Écija.
En la Cataluña de hoy el centro de las actividades del bandidaje sería Andorra. Quizá un día la leyenda hable de los «Siete Niños de Andorra». Patriotas que enseñoreaban el territorio y terminaron como bandoleros.
(Publicada en ABC Córdoba el 14 de noviembre de 2015 en esta dirección)