La exigencia de titulares o algunas tertulias televisivas buscan más exagerar perfiles e intereses que la propia verdad.
Un Francisco de Goya, amargado por la creciente sordera que los aislaba cada vez más del mundo exterior y con el ánima desasosegada por los horrores de que había sido testigo durante los años de la guerra de la Independencia, nos dejó en un cuadro, pintado entre 1819 y 1823 —el detalle de la fecha no nos parece baladí—, titulado «La riña» y conocido también como «Duelo a garrotazos». Algún crítico extranjero trató de ver en esa pintura el reflejo de una costumbre en alguna zona del mundo rural. Pero la pintura no es costumbrista. Está cargada de simbolismo. Lo terrible de ese cuadro no es tanto que se enfrenten en duelo dos personas para dirimir alguna diferencia y que utilizan armas similares —cada uno blande un garrote— como la forma en que lo hacen: los contendientes están enterrados hasta las rodillas. No hay retirada posible en caso de llevar la peor parte. Los duelistas están «anclados» al terreno. Se vence o se muere. El genial aragonés que, en su serie de grabados dedicada a los desastres de la guerra, ya nos había dejado duras visiones de la crueldad humana, reflejaba en el de «La riña» los enfrentamientos entre los bandos que ya habían configurado las dos Españas. Lo pintó en esos años del malhadado reinado de Fernando VII —un felón que no tuvo empacho en felicitar a Napoleón por sus victorias durante la guerra de la Independencia—, en que los absolutistas gritaban «¡Viva las cadenas!» y los liberales cantaban el «¡Trágala, trágala, trágala!». Traga la constitución.
Esas dos Españas que se enfrentaron a muerte en tres ocasiones a lo largo del siglo XIX con un atisbo de reconciliación en el abrazo de Vergara, sellado por Espartero y Maroto permitiendo a la oficialidad del ejército derrotado ingresar con sus graduaciones en las filas del ejército vencedor, llevaron a posturas irreconciliables. Se repitieron en el siglo XX, sin piedad para los vencidos, y asoman una vez más en la España de nuestros días. Como si la sombra de Caín no pudiera desaparecer de nuestra geografía. Asoman no sólo en lo ideológico, que es lo más grave, lo hacen en cualquier otro terreno. Los seguidores de Real Madrid y el FC Barcelona, llegan a preferir en muchos casos, la derrota del otro antes que la victoria de sus colores. Tuertos con tal de que el otro quede ciego.
Desde hace algunos años la búsqueda de titulares —no los había en la prensa del siglo XIX— con los que golpear, utilizándolos a modo de garrote, para llamar la atención del lector o atraer al mayor número posible de espectadores, nos hace pensar que estamos sustituyendo los garrotazos de los contendientes pintados por Goya en un cuadro que constataba una realidad, por titulares que, supuestamente, reflejan la realidad, aunque poco importe el que diste mucho de ella, llegando a tergiversarla. Parece que a algunos no les importa, por tal de tener el ansiado titular, ahondar en heridas por las que supura España, a base de abrirlas una y otra vez, en lo ideológico, en lo social y hasta en lo deportivo. Todo por un titular, sin que importe un pasado no muy lejano que nos llevó a situaciones no deseadas.
Goya constataba esa realidad. A veces, la exigencia de titulares en la prensa o la dinámica de algunas tertulias televisivas, buscando más que la verdad exagerar ciertos perfiles de ella por intereses muy concretos, sólo están alimentando la hoguera de peligrosas pasiones.
(Publicada en ABC Córdoba el 26 de septiembre de 2015 en esta dirección)