En septiembre se ponía fin a las dudas del viticultor, a veces angustia, por la cosecha, temeroso por la meteorología.
Hubo un tiempo en que el calendario estaba marcado por las actividades del mundo agrario. Los meses del año se representaban por las faenas agrícolas. Una espléndida muestra la tenemos en la decoración pictórica del Panteón Real de San Isidoro de León donde aparecen, en el intradós de una de las arcadas, los meses del año representados por una serie de escenas en las que se recogen las faenas agrícolas del momento: marzo está representado por la poda de la vid, abril por el resucitar de la naturaleza, julio por la siega del trigo, agosto por la trilla, septiembre por la vendimia o noviembre por la matanza. Se trata de un calendario hecho por un artista en León, quizá en Córdoba —con un clima más cálido—, la poda de viña tendría que haberse representado algo antes y, desde luego, habría una alusión al mundo del olivo y a la recolección de la aceituna.
La época de la recolección siempre fue un momento gozoso. Recoger la cosecha significaba la culminación de todo un ciclo de trabajos y, si la cosecha era buena, aseguraba el sustento, al llenar bodegas y silos, al tiempo que proporcionaba un periodo de trabajo. El llamado remate en la recogida de la aceituna se celebraba con una fiesta y también se festejaba el final de la siega. En el caso la uva, la fiesta era toda la vendimia, quizá porque se realizaba sin los fríos del invierno y sin los calores del verano. Pisar las primeras uvas era un acontecimiento que tenía algo de religioso. El vino ha estado unido a los rituales de muchas religiones en el mundo mediterráneo. Los egipcios lo relacionaron con Osiris, los griegos lo vincularon a Dionisios, los romanos a Baco. Está muy presente en el Antiguo Testamento —Noé y su embriaguez o los gigantescos racimos que habían de ser transportados por dos hombres procedentes del Torrente del Racimo—; también en el Nuevo: el primer milagro de Jesús, el de las bodas de Caná lo tiene como protagonista y volverá a serlo en la última Cena, cuando instituya la Eucaristía.
Septiembre es el mes de la vendimia por excelencia, aunque cada vez es más frecuente que se empiece a recoger la uva en agosto, algunos dicen que es una manifestación del cambio climático. En septiembre se ha celebrado tradicionalmente la fiesta de la vendimia, una fiesta de la recolección de la uva. En ese momento se ponía fin a las dudas del viticultor, a veces angustia, por la cosecha, siempre temeroso de que una anomalía meteorológica —una helada a destiempo o una tormenta inesperada—, echara por tierra los trabajos y afanes de todo un año.
Hace seis décadas quedó institucionalizada la fiesta de la vendimia en el marco Montilla-Moriles. La de este año se ha dedicado al Gran Capitán, el más ilustre montillano a lo largo de la historia, con motivo de cumplirse en 2015 el V centenario de su muerte. Esa fiesta, con su vendimiadora mayor y su capataz de honor, que ha llegado a su sextuagésima edición recoge una ancestral tradición que entronca con una de las celebraciones más antiguas de nuestra tierra: la de recoger la uva para pisarla (era todo un ritual) y convertirla en el mosto que pasará a los conos y después al silencio de la bodega para madurar y ofrecernos esos vinos que han dado renombre a nuestra tierra, como hiciera el Gran Capitán.
(Publicada en ABC Córdoba el 05 de septiembre de 2015 en esta dirección)