Apenas hace unos días que hemos entrado en el verano astronómico, aunque por estas tierras de Córdoba el calor nos hace creer que llevamos mucho más recorrido veraniego que el marcado por la posición del Sol en este momento del año. Acabamos de pasar el solsticio de verano que viene a coincidir, con pequeñas diferencias, con la celebración de la festividad de San Juan. Aclaremos que se trata San Juan Bautista, ya que en el santoral cristiano hay una larga serie de Juanes entre los venerables, los beatos y los santos. Hay un San Juan Crisóstomo, un San Juan de Ávila, un San Juan de Mata, un San Juan de Dios… Pero el que está ligado al solsticio de verano es San Juan Bautista. Lo mismo que otro Juan, el Evangelista -uno de los personajes más curiosos del Nuevo Testamento, a quien se atribuye un texto verdaderamente extraño como es el Apocalipsis- tiene fijada su festividad en fecha muy próxima al otro solsticio, el de invierno. La iglesia celebra su onomástica el 27 de diciembre. Esa circunstancia hizo que entre la masonería, al menos la española del siglo XIX, se le denominara san Juan de Invierno.

El Bautista y el Evangelista son los dos Santos Juanes por antonomasia. Al primero van asociadas numerosas verbenas y celebraciones con las que se abre el ciclo festivo del verano. Al tiempo que se asocian a su festividad -principalmente a la noche de San Juan-, numerosas tradiciones, leyendas y rituales. A estos últimos se atribuyen ciertas propiedades si se realizan de la forma prescrita. La verbena, que hoy tiene un carácter marcadamente festivo, estuvo en otro tiempo ligada a rituales cuya principal protagonista era la planta de esta denominación, que daba nombre al ritual. Ir de verbena era ir a la celebración de un rito ancestral con la verbena como protagonista. La festividad de San Juan es la fiesta de las hogueras en multitud de lugares. Se quema lo viejo para dar entrada a un tiempo nuevo que antaño suponía dejar atrás los rigores del invierno y el inicio de la siega del trigo y, si la cosecha era buena, la llegada de unos meses de abundancia y prosperidad.

La influencia de los Santos Juanes ha quedado reflejada en la toponimia peninsular. Hay montes con el nombre de San Juan, también ríos y numerosas ciudades llevan su nombre: San Juan de Aznalfarache, Alcázar de San Juan, Las Cabezas de San Juan. También hay templos dedicados a los Santos Juanes. Al menos, uno en Bilbao y otro en Valencia. La Capilla Real de Granada está dedicada a los Santos Juanes por expresa voluntad de los Reyes Católicos. La razón se encuentra en que  Juan -Juan II de Castilla- era el nombre del padre de la reina Isabel y también se llamaba Juan -Juan II de Aragón- el padre de Fernando. La Orden del Temple tuvo una especial devoción a San Juan Bautista. Cuando fueron condenados como herejes por el papa Clemente V, que seguía los dictados de Felipe IV de Francia, se les acusó de adorar a unas cabezas que sus detractores identificaron como las de un ídolo denominado Baphomet. Al parecer, se trataba de la cabeza del Bautista que ha sido objeto de atención de numerosos artistas como fuente inspiración o como obra de encargo por alguna institución o dignidad eclesiástica.

En fin, que San Juan siempre ha dado para mucho y no sólo por lo numerosos que son los Juanes.

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