En estos tiempos convulsos, social y políticamente hablando, en Andalucía, los llamados sindicatos de clase, es decir UGT y CCOO -ligados respectivamente, más el primero que el segundo, al PSOE y al PCE-, atraviesan una situación complicada y viven horas bajas. Las elecciones sindicales, que tienen mucho menos ruido mediático que las políticas,  posiblemente porque no es convocada a las urnas la totalidad de la población con derecho a votar y porque las elecciones no se celebran en una sólo jornada, sino durante un periodo muy largo, están pintado bastos para ambas centrales sindicales. Les está pasando factura su papel en el fraude de los Eres, los cursos de formación o las dádivas recibidas en forma de extrañas subvenciones. No basta con que algunos de los más significados dirigentes sindicales, que parecen gozar del cargo de forma vitalicia, como una especie de canonjía laica sin límites cronológicos, se hayan marchado, caso de Manuel Pastrana como dirigente ugetista en Andalucía que sólo tomó las de Villadiego cuando vio venir el huracán que ha desencadenado la tormenta; o que otros como Cándido Méndez, que ocupa la secretaría general de UGT desde hace más de veinte años, después de haber dirigido durante casi otra década más el sindicato en Andalucía, hayan anunciado su marcha.

Ese menor ruido mediático no debe dejarnos pasar por alto los resultados que están deparando en Andalucía. Lo ocurrido sólo puede calificarse como batacazo sindical, en lo que se refiere a las elecciones entre los empleados públicos. La corrupción parece estar pasando factura a quienes se han visto implicados en ella. Entre los funcionarios todo apunta a que hay conciencia de que en los Eres, las subvenciones o cursos de formación ha habido un infame trapicheo. Y esos son terrenos donde los sindicatos tenían mucho que decir e incluso asumían elevadas cotas de protagonismo. Era con ellos con quien la administración andaluza cerraba acuerdos y han sido ellos los protagonistas de escandalosos fraudes con unas subvenciones que no se destinaban a los fines para que habían sido concedidas -incluidos algunos fines verdaderamente llamativos-, sino que en más de una ocasión se destinaron a mariscadas y comilonas. Fraude también en los cursos de formación que incumplían los requisitos exigidos y que en algún caso cobraron y ni siquiera llegaron a impartirse. Fraude en los Eres, convertidos en un Patio de Monipodio, donde los sindicatos tenían un peso muy importante. El resultado de todo eso ha supuesto la pérdida, tanto para UGT como para CCOO, de docenas de miles de afiliados, -algunas cifras apuntan a que las bajas llegan a los 350.000- y una drástica reducción de su peso electoral que, en algunos ámbitos de mucho peso en la función pública, como son la enseñanza o la sanidad, los ha dejado fuera de las mesas de negociación, al no haber alcanzado del 10 por ciento de los votos.

No es una buena noticia que los sindicatos de clase -instrumento fundamental en una democracia- se encuentren en situación tan penosa. Pero sí lo es el hecho de que los trapicheos y engañifas, corrupción en definitiva, les está pasando factura de forma muy clara y, posiblemente, sea el resultado de que entre el funcionariado los niveles de voto cautivo son mucho más reducidos que en otros ámbitos. Quienes han participado en un gigantesco fraude durante una década, algo reconocido por el propio José Griñán, presidente de la Junta de Andalucía, están pagando su lamentable actuación

(Publicada en ABC Córdoba el 16 de mayo de 2015 en esta dirección)

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