La presidenta de la Junta, Susana Díaz, pone una vela a dios y otra al diablo cuando aborda la gestión de la Mezquita-Catedral.
EN la sociedad en que vivimos el deseo de obtener algo se convierte en ansia en numerosas ocasiones, al estar ese deseo marcado por la inmediatez. Me vienen a la memoria las proclamas que los comunistas empleaban cuando no formaban parte del gobierno en Andalucía. Toda reivindicación iba acompañada del monosílabo «¡Ya!». Podía tratarse de una carretera, de un centro sanitario, de una escuela o incluso de una ocurrencia, la palabra clave era «¡Ya!».
El contraste entre esa exigencia de inmediatez y lo que sucedía en la Córdoba, gobernada por el Partido Comunista, era palmario. Aquí el «¡ya!» quedaba en el baúl de los recuerdos. La construcción de un puente sobre el Guadalquivir o de un palacio de congresos, por ejemplo, se eternizaban durante años con análisis, debates, propuestas, exposiciones, maquetas, infografías… Y es que nunca ha sido igual predicar que dar trigo. Hay mucha diferencia entre gobernar y ejercer la oposición. El ejercicio de lo primero conlleva obligaciones muy concretas, en el segundo caso esas obligaciones están en el plano de la teoría y ya se sabe… admite toda clase de hipótesis. Tantas, que permiten decir lo que el auditorio quiere oír. Los problemas surgen, sin embargo, cuando se dice lo que resulta más conveniente a las circunstancias del momento y se está gobernando. Mucho de eso le ocurre a Susana Díaz. La presidente de la Junta de Andalucía trata de conformar a tirios y a troyanos con demasiada frecuencia. Lo mismo hace una apasionada defensa de Rodríguez Zapatero, humillando a Chaves y a Griñán, que abomina pocos días después de lo que convino en llamarse zapaterismo. Hace una alabanza, ante los más emblemáticos representantes del mundo empresarial y capitalista, que en muchos casos están aprovechándose de la crisis —incluso más allá de la reforma laboral— para imponer condiciones lamentables de trabajo y remuneración, para en otro ambiente lanzar un alegato a favor de la lucha sindical desde perspectivas radicales. No tiene problema alguno para enarbolar la bandera contra la corrupción que nos enfanga y tampoco para que su gobierno niegue los instrumentos necesarios a la administración de justicia para que aflore la verdad.
En las últimas semanas las insidias lanzadas por el consejero de Turismo y Comercio de la Junta de Andalucía relativas a la catedral de Córdoba —digo catedral porque el consejero no arremete contra la mezquita sino contra la catedral, pese a que en la página web de su consejería no se menciona la palabra—, acerca de la inmatriculación, la titularidad o la gestión del templo, han hecho que la presidenta Susana Díaz vuelva a poner una vela a dios y otra al diablo. Lo mismo admite la plena gestión del cabildo catedralicio que señala que hay que ponerle límites. La misma incongruencia con que actúa su gobierno cuando su consejero de Turismo exige al cabildo catedralicio una «adecuada gestión y promoción» del monumento, cuando precisamente en el último año ha alcanzado el record de visitas superando el millón y medio, mientras que la información que ofrece su consejería roza lo lamentable por escasa y sesgada.
Estamos en año electoral, pero por favor, aclárense. Por coherencia y porque Córdoba no se merece una batalla como esta.
(Publicada en ABC Córdoba el 14 de enero de 2015 en esta dirección)