La falta de voluntad, tan cultivada en nuestra sociedad, hace que fracasen todas las metas que en estos días se plantean.

EL comienzo de cada año —pasada la Navidad y la fiesta de los Reyes Magos— suele ser un tiempo propicio para que nos hagamos una serie de propósitos. Nos mostramos dispuestos a corregir errores, a convertir en realidad aquello que hemos pospuesto en más de una ocasión o a llevar a cabo nuevos proyectos. Los primeros días de cada año son un tiempo de buenos propósitos. Estudiantes dispuestos a afrontar su tarea con mayor empeño y laboriosidad que en los meses transcurridos desde el inicio de curso. Fumadores que se muestran decididos a dejar el tabaco. Bebedores que hacen patente su voluntad de abandonar la bebida… Donde se da un mayor número de buenos propósitos se encuentra entre los que deciden perder los kilos de más que los excesos navideños suelen dejarnos y también entre los que dan comienzo a una dieta que les devuelva, si es que lo tuvieron, un aspecto apolíneo a los hombres y un perfil venusino a las féminas. Sin embargo, esos propósitos en muchos casos —no sabría señalar un porcentaje, pero tengo algo más que una impresión de que su número es muy elevado—, se han convertido en agua de borrajas a los pocos días de comenzar, haciendo realidad la advertencia que nos hace San Mateo en su evangelio cuando afirma que «el espíritu está pronto, pero la carne es débil».

En la gran mayoría de los casos, la lucha que ha de sostenerse para vencer lo que son hábitos adquiridos o costumbres arraigadas está llena de dificultades. En la práctica supone librar una batalla, por lo general ardua y dura. El gran problema para hacer que el propósito se haga realidad es la fuerza con que nos acosa la tentación. Ha de hacerse un gran esfuerzo para vencerla. Eso hace que, con mucha frecuencia, el resultado final sea que un buena parte de los propósitos se vayan a garete. La firmeza con que se asumen los buenos propósitos del comienzo del año ha de soportar los embates de la tentación y la fortaleza inicial se va desmoronando con el paso de los días. La tentación realiza una labor de zapa tal, que a la postre son muchos los que piensan que la mejor forma de acabar con ella es dejarse caer en sus brazos.

A la hora de formular propósitos resulta imprescindible contar con los obstáculos que han de afrontarse. Se ha de ser consciente de que poner punto final a una costumbre, romper con una rutina consolidada en nuestras vidas o realizar un esfuerzo la mayoría de las veces duro no es tarea fácil y que el elemento fundamental para conseguir que los propósitos se conviertan en realidad se encuentra en la fuerza de voluntad, algo escasamente cultivado en la sociedad de nuestro tiempo. La falta de voluntad es lo que explica, en buena medida, el fracaso de los buenos propósitos del inicio de cada año. Pedro Botero debe de estar estos días frotándose las manos, caso de ser cierto el viejo dicho de que «el infierno está lleno de buenos propósitos».

Bromas aparte, hago votos porque los buenos propósitos formulados estos días estén acompañados de la voluntad suficiente para llevarlos a buen puerto.

(Publicada en ABC Córdoba el 7 de enero de 2015 en esta dirección)

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