Ha ocurrido en Lucena. Un individuo hace lo que le da la gana, se salta las normas para cumplir su voluntad y se monta en un burrito.
HA ocurrido en la Plaza Nueva de Lucena donde con la llegada del tiempo de Navidad el Ayuntamiento ha impulsado algo digno de aplauso: la instalación de un belén que llena por completo la mencionada plaza. Se han recreado numerosos elementos que nos trasladan a una población de la Palestina de los tiempos de Jesús. La iniciativa entronca con las raíces de la cultura, la tradición y las manifestaciones religiosas que nos son propias: portal donde se escenifica el nacimiento, la mula, el buey, los ángeles, los pastores, los soldados romanos, los Reyes Magos, casas del ámbito mediterráneo y numerosos elementos que nos sitúan en el tiempo en que se inicia nuestra era; es decir, norias para sacar el agua, antiguos aperos de labranza, animales de labor —algunos al borde de la extinción en nuestros días—, y gentes que visten con la indumentaria propia de aquella época. Una iniciativa, como hemos apuntado, digna de alabanza, entre otras razones, porque entronca con nuestra tradición navideña —una de las piezas más antiguas de nuestra literatura es el fragmento de una obra de teatro a la que se denomina Auto de los Reyes Magos, probablemente del siglo XII— y que, como otras muchas de nuestras tradiciones, se ve amenazada por la colonización cultural del mundo anglosajón que introduce el Árbol de Navidad frente al Nacimiento o a Papá Noel frente a los Reyes Magos.
Haces unos días un individuo, ignorando las normas, decidió colarse en uno de los recintos del Belén donde había unas crías de burro. Hizo caso omiso a las advertencias de un guardia de seguridad y de varios vecinos. Su voluntad era la de montar uno de los burritos y las normas no estaban hechas para él. Uno de esos sujetos para quienes los límites no existen porque por encima de todo está su voluntad. Uno de esos sujetos que hacen lo que le viene en gana. Y lo que le venía en gana era subirse en uno de los animales, cosa que hizo. A partir de entonces el burrito dio síntomas de encontrarse mal y un veterinario dictaminó que la causa era una posible hemorragia o la rotura de la columna vertebral. El animal es una cría y todo apunta a que había soportado un peso excesivo, que ha acabado con su vida.
La polémica ha saltado inmediatamente. Hay quien echa la culpa al uso de animales vivos en la recreación, hay quien a la falta de seguridad en el lugar. Cada cual tendrá su razón, pero la culpa de lo ocurrido, si como todo apunta se debe a haberle hecho soportar al burrito el peso de un elevado número de arrobas, está en la actuación de un sujeto para quien su voluntad está por encima de cualquier normativa y no hay límites para hacer lo que le viene en gana. Como quienes confunden su vehículo con una discoteca, circulan por direcciones prohibidas, gritan o palmean en medio de la noche en poblado, juegan pateando los jardines —en este caso tiernos infantes— ante el arrobo de sus progenitores, que ni se inmutan, o los que llenan de veladores y sillas las vías públicas por donde resulta difícil transitar pese a tratarse de zonas peatonales. No tienen límites como el jinete de marras.
(Publicada en ABC Córdoba el 20 de diciembre de 2014 en esta dirección)