Hasta muy avanzado el siglo XX los maestros cobraban menos que los gañanes y en las zonas rurales iban de finca en finca.

EL escritor Javier Cercas ha hecho unas declaraciones considerando que la catástrofe de España deriva del maltrato a los maestros desde el siglo XVI. Habrá quien piense que es una exageración y quien sostenga que hay un fondo de verdad en sus palabras. Me encuentro entre los segundos. Desde hace siglos nuestros maestros han sido tratados de forma lamentable. Quevedo, en su «Historia de la vida del Buscón, llamado don Pablos, ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños», nos presentaba de esta guisa al Licenciado Cabra, que tenía por oficio criar hijos de caballeros: «…las barbas descoloridas de miedo de la boca vecina, que de pura hambre, parecía que amenazaba a comérselas; los dientes le faltaban no sé cuantos, y pienso que por holgazanes y vagamundos se los había desterrado… la nuez tan salida que parecía se iba a buscar de comer forzada por la necesidad… Traía un bonete los días de sol, ratonado con mil gateras y guarniciones de grasa; era cosa que fue de paño con los fondos en caspa. La sotana, según decían algunos, era milagrosa, porque no se sabía de qué color era. Unos, viéndola tan sin pelo, la tenían por de cuero de rana, otros decían que era ilusión… Llevábala sin ceñidor, no traía cuello ni puños. Parecía con los cabellos largos y la sotana mísera y corta, lacayuelo de la muerte».

Me perdonarán que parte de la columna se la deba hoy a don Francisco, pero más allá de su calidad literaria, nos ofrece una imagen del preceptor que refleja la visión que se tenía de ellos en la España del Siglo de Oro: hambre y dificultades, amén de escasa consideración social.

El problema está en que esa imagen del maestro de escuela ha sido tan real a lo largo de los siglos siguientes que se convirtió en tópico, reflejado reiteradamente por la literatura. Las publicaciones satíricas del siglo XIX caricaturizaron la imagen del maestro, presentándolo esquelético, pordiosero o comiéndose sus propios libros acuciado por el hambre. La prensa denunciaba la falta de interés de las autoridades por la educación. Hasta muy avanzado el siglo XX los maestros cobraban menos que los gañanes y en las zonas rurales, sin posibilidades educativas, iban de finca en finca, enseñando a leer, por poco más que la comida. Descubierta la importancia ideológica de la educación, el hambre del maestro quedó en un tópico y el sistema educativo convertido en un caballo de batalla: siete leyes educativas en las tres últimas décadas. Hoy la remuneración del maestro ha dejado atrás las épocas del hambre ancestral, aunque nada tenga que ver con las de los albañiles, al menos de los tiempos del jolgorio. Sin embargo, su situación en las aulas y fuera de ellas pasa por momentos problemáticos derivados de una desconsideración que, en ocasiones, se transforma en violencia ante la que las autoridades prefieren mirar para otro lado, con mucha frecuencia.

Han pasado muchos años desde que el Buscón viera la luz y los maestros en España siguen sin ocupar el lugar que la sociedad debría darles. Al contrario que en Finlandia, a la que tanto se recurre como modelo educativo, donde gozan de la más alta consideración social.

Creo que Cercas tiene mucha razón.

(Publicada en ABC Córdoba el 17 de diciembre de 2014 en esta dirección)

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