Las directivas de muchos clubes de fútbol han alimentado huevos de serpiente al dar cobijo a los llamados ultras.
«EL huevo de la serpiente» fue el título de una película dirigida por el cineasta sueco Ingmar Bergman, que protagonizó una de sus musas cinematográficas, Liv Ullman. Está ambientada en el Berlín del periodo entreguerras, años en los que la débil democracia alemana, simbolizada en la república de Weimar, fue deteriorándose, al tiempo que gestaba el advenimiento del totalitarismo de los nacionalsocialistas. Era una metáfora con la que Bergman —un icono del celuloide en los años setenta del pasado siglo— denunciaba aquella realidad comparándola a la incubación de una serpiente —como símbolo del mal— cuya gestación puede verse a través de la cáscara transparente del huevo del que nacerá. Nadie actúa para evitarlo, pese a la amenaza que supone.
Las directivas de muchos clubes de fútbol han alimentado durante años al huevo de la serpiente, al dar cobijo a los llamados ultras. Viendo en ellos a aficionados que, con sus cánticos y con una amplia parafernalia incluidas bengalas y cohetes, crean ambiente. Los consideran un elemento fundamental en la configuración de lo que ha venido a denominarse como el «miedo escénico» que ha de soportar el equipo contrario. Esas directivas no sólo los cobijan, sino que les han dado alas, reservándoles partes de los estadios, facilitándoles entradas y subvencionándolos. Siguen alimentando al huevo de la serpiente. Los ultras, cada vez más radicalizados han convertido elementos ideológicos, —extrema izquierda o extrema derecha— en componentes fundamentales de su ideario. Desde hace muchos años, vienen siendo protagonistas de incontables episodios de violencia. Convierten muchos encuentros deportivos en «partidos de alto riesgo» lo que supone mucho dinero del contribuyente en efectivos policiales para controlar sus desmanes. Pese a ello hay clubs siguen dándole un trato preferencial porque crean ambiente. Algunos han reaccionado —el C. F Barcelona y el Real Madrid acabaron con los Boixos nois y con los Ultra Sur— pero otros siguen permitiendo que continúen campando a sus anchas y haciendo que antes, durante y después de los partidos sean algo natural las manifestaciones de violencia, bien exhibida o materializada. Pese a que en su seno las ideologías radicales y los planteamientos antisistema han ganado terreno y las actitudes violentas se han convertido en algo habitual, las directivas de los clubs siguen dándoles un trato preferencial y se escudan en que ellos no son responsables de sus desmanes. Hace tiempo que el huevo de la serpiente eclosionó y se ha convertido en un problema. Pero ha tenido que ocurrir algo como la del domingo —los ultras quedan para dirimir violentamente sus diferencias ideológicas, so capa de rivalidades deportivas arrasando lo que encuentran a su paso y provocando una muerte—, sin que sea la primera vez que ocurre, para que se haya reaccionado. Ahora derraman lágrimas de cocodrilo, algunos han acordado eliminar las prebendas de esas hordas, quizá para sacudirse la parte de responsabilidad, al menos desde un punto de vista ético, que les corresponde.
Alguna directiva, todavía se limita a toma medidas simbólicas como mantener las gradas vacías… por dos partidos. Aún no se han dado cuenta de que ellos son quienes incuban el huevo de la serpiente. El pasado miércoles la escasa afición que acudió a Riazor se lo dejó claro, con sus silbidos en el minuto de silencio, a la directiva del equipo coruñés.
(Publicada en ABC Córdoba el 6 de diciembre de 2014 en esta dirección)