La historia de amor frustrado dio lugar a una canción popular y a una obra juvenil del mismo Federico García Lorca.

Ese matrimonio desigual hizo que el rey mandase prender al conde. Ordenó enviarle a San Marcos de León, el viejo hospital en el Camino de Santiago, convertido en cárcel de Estado donde estuvo preso don Francisco de Quevedo. Luego se decidió conducirlo a Segovia. En León estaba preso el duque de Híjar —al que se quería mantener aislado—, acusado de promover, años atrás, la insurrección de Aragón, al modo en que lo había urdido en Andalucía el duque de Medina Sidonia.

El conde Cabra se mantenía en sus trece, afirmando que doña Mencía de Ávalos era su mujer y que no había de serlo otra. Argumentaba en su defensa que era mujer noble por parte de padre y limpia, en alusión a no tener ascendientes judíos ni musulmanes, por parte de madre. Se refería a ella como persona excelentísima y de gran belleza. El matrimonio de don Francisco y doña Mencía tuvo otra consecuencia familiar. El marqués de Priego, su cuñado, desafió al novio por haberse casado tan desigualmente. El conde le respondió que su esposa era tan buena como él, que otros habían escogido peores mujeres y que hacía muchos años que la solicitaba «sin haberle tocado una mano». En lo referente al reñir le replicó que no era ocasión para hacerlo «en tiempo de boda, donde todo es regocijo». Asimismo, el enlace tenía al duque de Sesa, padre del conde muy disgustado. Dice Barrionuevo: «con tanto sentimiento que ni se deja ver, ni admite visitas, ni sale de casa». La relación del conde con la viudita dio como fruto una hija, a la que bautizaron María Regina. Ingresó en el convento de las Capuchinas de Córdoba donde trascurrió toda su vida. Al parecer su padre, que era patrono del convento, la visitaba con frecuencia.

Las presiones familiares doblegaron finalmente la voluntad del conde y el matrimonio fue anulado. A doña Mencía se la mantuvo hasta su muerte, ocurrida en 1679, en el convento de Alcaudete donde había sido recluida. El conde contrajo nuevo matrimonio con doña Ana de Pimentel y Enríquez, marquesa de Távara. A diferencia del anterior, que fue un matrimonio por amor, este lo fue por conveniencia.

Esta historia de amor frustrada, pese a la resistencia inicial del conde de Cabra, dio lugar a una canción popular que se mantuvo viva en la memoria de la gente, como, acertadamente señala el duque de Maqueda en su trabajo sobre el conde de Cabra y el cancionero popular. La canción decía en su última estrofa: «Yo no quiero al Conde de Cabra/ Conde de Cabra ¡triste de mi!/ Yo no quiero al Conde de Cabra/ Conde de Cabra, sino a ti». A finales del siglo XIX, el maestro Ramos Carrión, al escribir el libreto de la zarzuela «Agua, Azucarillos y Aguardiente», que se estrenaba en el teatro Apolo en 1897, con música del maestro Checa, recordó la canción popular y la introdujo en el coro de las niñeras: «Ahora la señá viudita/ ahora se quiere casar/ con el Conde, Conde de Cabra/Conde de Cabra se la he de llevar». Años más tarde esa historia de amor también inspiró a Federico García Lorca una obra juvenil, que título «La viudita y el conde Cabra».

(Publicada en ABC Córdoba el 15 de noviembre de 2014 en esta dirección)

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