Hemos llegado a un punto donde sólo nos llama la atención aquello que, en realidad, es algo extraordinario
La desmesura se ha instalado en nuestras vidas y forma parte de la existencia diaria, se ha convertido en pieza fundamental de la vida cotidiana. Hemos llegado a un punto donde sólo nos llama la atención aquello que, en realidad, es algo extraordinario, necesitamos, como si se tratase de hechos normales, acontecimientos que tiene poco de normalidad. Así, por ejemplo, en el terreno futbolístico —permítanme que no lo denomine deportivo— llama la atención y hasta provoca extrañas reacciones el que el Real Madrid o el Barcelona no ganen por goleada. Basta con que empaten un partido para que ya estén los comentaristas del ramo pidiendo la cabeza del entrenador y hablando de crisis. Días atrás, mientras conducía, escuchaba una emisora radio decir a un locutor que comentaba las incidencias de un encuentro desde un bar próximo al estadio —ya saben que los clubes exigen dinero para que los periodistas puedan acceder al campo y retransmitir los partidos—, repetía una y otra vez lo exiguo de la victoria del equipo visitante: el Barcelona ganaba al Sporting por 1-0. El Barcelona o el Real Madrid han de ganar por goleada, obligatoriamente. Es la desmesura instalada en la cotidianeidad, de lo contrario el comentarista habla de crisis. Si un futbolista, de esos que llaman un «crack», no marca en un partido mal asunto, si no lo hace en dos la situación se vuelve grave y si se llega al tercero sin que encuentre la puerta del adversario, el «crack» es puesto en cuestión. Otra crisis.
Hasta hace poco tiempo en las bolsas de valores los precios de las acciones oscilaban décimas, cuando se llegaba a un punto se hablaba de fuertes subidas… o bajadas y si las modificaciones eran cercanas al dos por ciento se aludía a fuertes sacudidas bursátiles. Hoy subidas o bajadas inferiores al uno por ciento lleva a hablar de que la Bolsa ofrece ese día un perfil plano, una variación de un uno por ciento parece poca cosa. Para nada se considera que con esas oscilaciones diarias, calificadas como irrelevantes, nos encontraríamos con cifras apabullantes al cabo del año. Otra desmesura.
La misma que se ha apoderado del vocabulario —las exageraciones no forman parte del tópico que nos han endilgado, como tantos otros, a los andaluces y de los que los políticos catalanes tiran con frecuencia del muestrario— y cada día se necesitan expresiones fuertes para llamar la atención. No interesa la noticia, sino la exageración del titular. Pura desmesura.
Hay desmesura, y mucha, en el dinero que se llevan los directivos de las cajas de ahorros al marcharse, en ocasiones dejando la entidad al borde del abismo. Puede ser legal, pero la legalidad es también una desmesura, como lo han sido las hipotecas que han puesto en cuestión cientos de miles de economías familiares y en buena medida nos ha conducido la crisis que nos sacude. Hay desmesura en el disfrute de los placeres de la vida, como si se tratara de realidades tan fugaces que es necesario atrapar para no perderlas. Quizá todos necesitemos algo de mesura que hoy es palabra arrinconada por todos.
(Publicada en ABC Córdoba el 19 de Octubre de 2011 en esta dirección)