El pasado romano de la ciudad es uno de sus activos más importantes y que es necesario, por muchas razones, rescatar.

Es loable, muy loable, el esfuerzo del Consistorio por poner en valor los elementos que revelan las importantes raíces romanas de Córdoba. No olvidemos que la Corduba romana fue un tiempo capital de la Bética y más tarde, cuando esa capitalidad se trasladó a Hispalis, fue cabeza de uno de los cuatro conventus en que quedaba dividida la provincia. Ese pasado romano, que constituye una de las esencias de Córdoba, ha estado postergado en buena medida por el pasado califal de la ciudad, cuyo desarrollo hubiera sido imposible sin la ciudad que los romanos erigieron antes de nuestra era y que constituye su verdadero embrión urbano. Aparte del puente sobre el Guadalquivir —agredido en la última actuación que se llevó a cabo sobre él, de forma lamentable e inexplicable, por ese deseo de muchos arquitectos de nuestro tiempo de dejar su huella donde no deben—, los referentes del pasado romano casi siempre han estado postergados.

El hecho de que el lugar donde se ubica el templo romano —confluencia de las calles Claudio Marcelo con Capitulares— fuera conocido como «los marmolejos» por encontrarse en la zona numerosos restos marmóreos —basas, tambores, restos de friso o capiteles— señala la postergación y el poco aprecio que se daba a esos hallazgos. Sólo las obras de ampliación del Ayuntamiento, a mediados del siglo pasado, permitieron sacarlo a la luz. Sin embargo, estuvo oculto a la mirada de los cordobeses durante siglos, su excavación no significó exponerlo al disfrute público. Hasta hace muy poco no se ha eliminado el muro que sólo permitía al viandante ver la parte superior de los fustes y algunos capiteles. Esa misma postergación se vivió con los restos encontrados, en tiempo del Califa Rojo, con motivo de las obras que configuraron el aspecto actual del boulevard del Gran Capitán. Sólo un suelo de cristal permite ver alguno de los restos que se sepultaron bajo hormigón. Lo que sabemos del teatro de Corduba impresiona por sus dimensiones. Ubicado en la zona que hoy ocupa la plaza de Jerónimo Páez, tuvo unas dimensiones que abruman. Su cavea —graderío donde se situaban los espectadores— alcanzaba los ciento veinticinco metros de diámetro, pocos menos que los de la cavea del teatro Marcelo de Roma. Unas dimensiones que lo convierten en el teatro romano más importante de Hispania, con una capacidad próxima a los 15.000 espectadores, descubierto su emplazamiento en la última década del siglo pasado, apenas ha interesado más que a los arqueólogos. Otra referencia de ese escaso interés por la Corduba romana la tenemos en el palacio de Maximiano, de la que había referencias desde hace casi un siglo, pero sin que se les prestase la atención debida. Las obras de la estación del AVE, en 1991 pusieron de manifiesto su importancia, pero como en otras ocasiones, las obras de la estación dieron al traste con el monumento, reducido hoy a unas señalizaciones y poco más que un campo de jaramagos.

Pese a esta larga historia de abandonos, que no ha permitido poner en valor lo que fue esa Corduba. El pasado romano de la ciudad es uno de sus activos más importantes y es necesario, por muchas razones, rescatar.

(Publicada en ABC Córdoba el 24 de mayo de 2014 en esta dirección)

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