La actual crisis también ha resucitado imágenes de antaño que parecían definitivamente archivadas en los anaqueles de la historia. Imágenes, a veces duras y a veces nostálgicas, que parecían formar parte del pasado y que hace sólo unos años parecía inconcebible que volvieran a formar parte de nuestro paisaje. Es cierto que algunas nunca llegaron a desaparecer, pero no lo es menos que hoy ha vuelto a ser habituales. Me refiero a la presencia casi cotidiana de los afiladores y sus pitos que vuelven a sonar por las calles, llamando la atención de quienes deseen seguir utilizando un viejo cuchillo que ya no corta como es debido. Una competencia antañona a los aceros que no tienen necesidad —al menos eso dicen— de afilarse jamás. También ha vuelto a escucharse el runruneo de las máquinas de coser y por muchos lugares aparecen anuncios de modistas que arreglan ropa -como en los viejos tiempos, dispuestas a hacerle la competencia a los textiles chinos.
La necesidad aprieta y hay que encontrar la forma de ganar un euro, poco menos que resucitando viejos oficios que estaban en trance de extinción. Lo tienen difícil porque los nuevos tiempos han traído otros modos de producción a los que resulta difícil enfrentarse. En los bazares chinos pueden encontrarse cuchillos por la mitad del precio que nos cobra un afilador y en los mercadillos semanales y en ciertas tiendas se encuentra ropa a precios irrisorios. Hay calzado que vale menos que echarle medias suelas a unos zapatos en buen uso. Algunas de estas estampas —la del afilador, la costurera o el zapatero— son nostalgias del pasado y a la vez el reflejo de una dolosa realidad. No nos gustaría ver de nuevo imágenes de nuestra infancia, de hombres voceando piñas que llevaban en el serón de un borriquillo u ofreciendo picón para los braseros en oscuros y polvorientos sacos cargados en un carro del que ellos mismos tiraban. Tampoco a hombres, vestidos con toscos blusones pardos y la gorra calada hasta las cejas, con sus capachos llenos de olorosos quesos manchegos y la romana al hombro. Sería un pésimo signo, aunque dotaran a su actividad de ciertos signos de la llamada modernidad.