A la presidenta de la Junta le ha temblado el pulso. Los comunistas le han torcido el brazo. Su debilidad es grande.

LA presidenta de la Junta de Andalucía ha cantado la gallina, como suele decirse en lenguaje coloquial. La firma del decreto, quitando las competencias sobre vivienda a la consejera Elena Cortés, era un órdago a la grande. Era una forma de decirle hasta aquí hemos llegado a quienes presumen de ser al mismo tiempo partido de gobierno y antisistema, a quienes no están ni al sol ni a la sombra, sino que se ponen allí sonde les conviene, políticamente hablando, en cada momentos, según las circunstancias.

Todo apuntaba a que era un gesto de autoridad dirigido a una sociedad, donde los límites entre lo que se hace y lo que legalmente se puede hacer están cada vez más borrosos. Una defensa de la legalidad porque hay miles de familias, con graves dificultades, esperando una vivienda. Se trataba, en definitiva, de una decisión de envergadura que, una vez adoptada, dejaba un margen de maniobra pequeño. Una decisión que ha de medirse muy bien antes ponerla en marcha porque lo que Susana Díaz estaba haciendo era mucho más que dejar en entredicho la política de la consejera. No era una baladronada. Lo que había hecho era quitarle por la vía oficial las competencias de Vivienda a la consejería que las ostentaba. La presidente publicaba el decreto en el Boletín Oficial de la Junta de Andalucía (BOJA), señalando que dicha decisión se adoptaba para restablecer la legalidad vulnerada. Publicarlo en el órgano oficial del Gobierno andaluz era darle tal carta de naturaleza que la marcha atrás no era posible sin grave deterioro de su imagen.

La respuesta de quienes juegan a gobernar y a alinearse con los antisistema, de quienes ocupan un despacho y se ponen al frente de los pancarteros, fue inmediata. Daban por roto, aunque señalaban temporalmente —forma muy particular de romper un pacto— el pacto de gobierno. En realidad, estaban respondiendo con otro órdago a la presidenta de la Junta ante la desautorización de su consejera. Se sucedieron las reuniones, se habló de diálogo, de responsabilidad, con el añadido de ser algo consustancial a la izquierda como si los que se muestran proclives a otra ideología, fueran unos irresponsables. El resultado final fue el que ya todos conocemos. Susana Díaz, la presidenta de «todos los andaluces y andaluzas» como a ella le gusta llamarse, daba marcha atrás. Los comunistas le torcían el brazo y le ganaban el pulso. Su defensa de la legalidad quedaba en aguada borrajas y señalaba hasta donde llega su debilidad que es mucho mayor de lo que a primera vista puede parecer. No pueden ponerse velas a todos los santos. Como tampoco se puede hacer profesión de fe de zapaterismo para a continuación rechazar la política practicada por Zapatero. Mucho menos aún oficializar una decisión, publicándola en el Boletín Oficial de la Junta de Andalucía para desdecirse a las veinticuatro horas, quitando por decreto competencias que se restablecen bajo la amenaza de romper un gobierno. Le ha temblado el pulso y el secretario general de los comunistas andaluces, una vez que había dado marcha atrás, podía decir que Susana Díaz había rectificado. Como dice mi amigo, el de Cádiz, El error había sido «susanado».

(Publicada en ABC Córdoba el 16 de abril de 2014 en esta dirección)

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