A Putin las represalias de Eurpoa por ocupar Crimea le importan tan poco como su expulsión del G-8.

EN la segunda mitad del siglo XVII, cuando el declive militar español era una realidad, la única respuesta que la monarquía hispánica podía dar a los ataques de la creciente potencialidad gala —primero con Richelieu, después con Mazzrino y finalmente con Luis XIV— era lo que se denominaba en la época el «secuestro de bienes de los súbditos del cristianísimo rey», título con que se conocía en las relaciones diplomáticas al monarca francés. Era una represalia ante un ataque militar que consistía en buscar a los franceses que vivían en nuestras ciudades y fastidiarlos. Se inventariaban sus bienes y se les requisaban. Era poca cosa porque el número de franceses que vivían en nuestra patria había disminuido mucho y no tenía comparación con el considerable número de los que habían sido inmigrantes en España en los años de la pujanza imperial. Ejercían de vendedores ambulantes de aceite, de buhoneros, mozos de pala en las tahonas o mozos de cuadra en los mesones. Aquí quedaron quienes se aclimataron y muchos de ellos acabaron siendo dueños de las tahonas y mesones donde habían comenzado ejerciendo como mozos y desempeñando las tareas más humildes. Sobre ellos recaían esas represalias que, por lo general, iban unidas a solemnes declaraciones sobre la ilegalidad de la agresión francesa. Era eso y poco más lo que podían hacer las autoridades españolas del momento, dada nuestra flagrante inferioridad militar. Ocurrió, por ejemplo, con la ocupación del Franco Condado, territorio perteneciente entonces a la monarquía hispánica. Luis XIV se saltó todas las normas del derecho de gentes, que era como se llamaba entonces a lo que hoy consideramos como derecho internacional.

Viene a colación esta faceta de nuestro pasado histórico a cuenta de las sanciones que, por ahora, han adoptado la Unión Europea de Angela Merkel y los Estados Unidos de Obama contra la Rusia de Putin, que recuerda cada vez más a la Unión Soviética de cuyas ubres mamó directamente cuando era oficial del otrora temible KGB. Es la única respuesta dada, y no parece que vaya a haber muchas más, a la ocupación de la península de Crimea por el ejército ruso. Todo se ha limitado a solemnes declaraciones contra la ilegalidad de dicha acción y a tomar represalias económicas y diplomáticas contra un reducido número de ciudadanos rusos —en el lote va incluido también a algún ucraniano prorruso—, a los que se les bloquean sus cuentas en los bancos europeos. La medida sería el equivalente al secuestro de los bienes de aquellos franceses que vivían en España, en tiempos de Felipe IV o de Carlos II. La diferencia es que los represaliados no están en territorio de la Unión Europea ni de los Estados Unidos. Pero esa nos parece una cuestión menor. En el fondo de todo este asunto late la incapacidad, por razones tan amplias que los límites de esta columna no permiten explicitar, de las llamadas potencias occidentales para dar una respuesta a la agresión que Putin ha perpetrado contra Ucrania, cuyas posibilidades militares ante los rusos son tan limitadas como las de Carlos II ante Luis XIV. A Putin esas sanciones parecen importarle tan poco al rey de Francia, incluida su expulsión del G—8 que vuelve a ser G—7.

(Publicada en ABC Córdoba el 29 de marzo de 2014 en esta dirección)

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