Si Cayo Lara abriera la boca para criticar las formas imperantes en Cuba se encontraría de inmediato en una mazmorra.

COMO muy bien señalaba don Gonzalo Anes, director de la Real Academia de la Historia en la tercera de ABC que publicaba días atrás, bajo el título de «La decadencia general del siglo XVII», la transición del feudalismo al capitalismo fue la principal de las consecuencias de la revolución francesa. Señalaba también que los planteamientos del materialismo histórico, que eran admitidos como verdades incontestables hace medio siglo, no resistieron un análisis riguroso cuando fueron puestos en cuestión. Es cierto que con la revolución en Francia saltó por los aires la sociedad estamental, típica del Antiguo Régimen. En ella, frente a los estamentos privilegiados —nobleza y clero— se encontraba la gran masa de los no privilegiados: los plebeyos. A unos y otros los separaban enormes diferencias sociales. Una de ellas establecía que no eran iguales ante la ley. Una misma falta cometida por un noble y por un plebeyo estaba castigada con penas diferentes. Un noble podía resolverla con una multa, si es que llegaba a pagarla, mientras que un plebeyo podía ser condenado a varios años de cárcel o a penas corporales, como la de ser azotado públicamente. Mientras el primero no podía ir a prisión por deudas, el segundo iba a parar irremisiblemente a una mazmorra. En fin, el noble estaba exento de pagar impuestos y por el contrario el plebeyo, también llamado pechero, estaba obligado a pechar con los pechos que era como también se denominaba a los tributos.

Han transcurrido más de doscientos años desde que la revolución francesa diera al traste con aquella estructura social, si bien es cierto que hubo una fuerte resistencia a su desaparición durante los primeros años del siglo XIX, hasta que en la mayor parte de los países europeos se impusieron sistemas constitucionales. Estaban basados en nuevos planteamientos sociales y políticos entre los que se encontraba la igualdad ante la ley. Una igualdad que Lara, don Cayo, cuestiona de forma reiterada —tenga o no argumentos en qué sustentarla— con motivo del caso donde está implicado Iñaki Urdangarín y se encuentra imputada la infanta doña Cristina. El dirigente comunista, obsesionado con la caída de la monarquía y la implantación de una república, se ha despachado a gusto, a cuenta de las especulaciones acerca de las posibles peticiones del fiscal para Urdangarín y para la infanta, con una expresión lapidaria. Una de esas frases que tanto le gustan: «Hay una clara estrategia para proteger a la Casa Real y que el marrón se lo coma el plebeyo». Expresa así su temor a que doña Cristina se vaya de rositas y a que el plebeyo -así ha calificado a Urdangarín- pague los platos rotos.

Cayo Lara no tiene inconveniente en pasar de un argumento a otro, según convenga a su discurso. Hasta que la infanta fue imputada, solicitaba la imputación. Una vez imputada, desconfía de la actuación del fiscal y, en cierto modo, se atreve a anticipar la sentencia, acudiendo, de forma soez, a la vieja y trasnochada terminología del Antiguo Régimen. La misma que utiliza su admirada dinastía de los Castro, la que gobierna Cuba desde hace más de medio y donde si Cayo Lara abriera la boca para criticar las formas allí imperantes se encontraría inmediatamente en una mazmorra. Como un plebeyo cualquiera.

(Publicada en ABC Córdoba el 19 de febrero de 2014 en esta dirección)

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