Los patios también fueron lugar de desencuentro, como las actuales diferencias para organizar sus visitas.

EL patio como eje de la casa tiene una larga tradición en Córdoba y como ha ocurrido con otros elementos que definen el perfil de la ciudad se ha considerado de abolengo musulmán. Sin duda, los patios eran elemento principal en muchas casas de la Córdoba de los omeyas y en la del tiempo en que los omeyas habían dejado de gobernar la ciudad y continuaba bajo el dominio musulmán. Sin embargo, la tradición de los patios en Córdoba se remonta mucho más atrás, a la época romana. Los patios eran parte fundamental de las casas en la ciudad que acogió y rechazó a Julio César, que fue testigo de los enfrentamientos entre cesarianos y pompeyanos, que fue sede episcopal de Osio, uno de los referentes del concilio de Nicea, y también de Higinio, el obispo que marcó las pautas para declarar hereje a Prisciliano. Las dependencias de la casa romana se articulaban en torno a un patio que en su parte central tenía un receptáculo, el impluvium, que servía de fuente, también como depósito para almacenar el agua y utilizarla en los momentos de necesidad. Más tarde, las fuentes desempañaron otros papeles en las viviendas de los musulmanes y los cristianos las utilizaron como elemento ornamental. El patio forma, pues, parte de la esencia de las casas de Córdoba, más allá de abolengos concretos ligados a una determinada cultura. Se convirtió en centro de reunión vecinal cuando las casas eran residencia de numerosas familias. Sin duda, los patios fueron lugares de encuentro y convivencia. La vida fue muy intensa en las casas de vecinos que, durante siglos, constituyeron parte importante de la trama urbana de la ciudad, hasta la llegada de los nuevos modelos de vivienda —aunque no tan nuevos si tenemos en cuenta que en la Roma imperial ya existían los bloques de apartamentos en lo que eran barrios populares— dominada por los pisos y las viviendas unifamiliares desplazaron a las casas de vecindad.

Es conveniente recordar, para no perder la perspectiva, que las casas de vecinos fueron, ciertamente, lugares de convivencia, pero no siempre ejercieron ese papel. Los patios fueron sitios donde se dirimieron diferencias y donde, con frecuencia, tenían lugar disputas vecinales. Fueron testigos de pendencias y reyertas, de encuentros furtivos donde afloraban sentimientos no consentidos, precisamente, por causa de las rencillas de quienes allí habitaban.

La simplificación que, a veces, se ha pretendido señalando como exclusiva la tradición musulmana del patio, se repite al olvidar que, amén de un lugar donde se celebraban reuniones, se cantaba flamenco o se celebraba la Navidad, era también lugar de desencuentro. Hoy, puestos fundamentalmente en valor, por el esfuerzo de quienes los miman y cuidan, a lo que se añade la consideración que han alcanzado con importantes distinciones, son lugares de encuentro para quienes los habitan y los visitan. Ahora vuelven a la palestra con motivo de la Navidad y, como en el mes de mayo, son no sólo un emblema para la ciudad, también fruto de diferencias derivadas de la estricta organización para sus visitas según itinerarios establecidos que han de cumplir horarios muy concretos. Son las disensiones de toda la vida, una de las realidades que acompañaron a los patios en su larga historia.

(Publicada en ABC Córdoba el 18 de diciembre de 2013 en esta dirección)

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