Nuestros más remotos antepasados, que hasta el presente conocemos, ya honraban a sus muertos.
HONRAR a los muertos es una antigua tradición. Desde fechas remotas que se remontan a fases muy primigenias en el curso de la prehistoria —mucho antes de la aparición de los neandertales— en los yacimientos de Atapuerca, en la llamada Sima de los Huesos se han encontrado evidencias de que aquellos homínidos hace 300.000 años enterraban a sus muertos de una forma consciente y acompañados de rituales. Es decir nuestros más remotos antepasados —que hasta el presente conocemos— ya honraban a sus muertos.
Hoy los cementerios cordobeses donde se celebrarán oficios por los difuntos estarán muy concurridos y las tumbas se llenarán de flores, respondiendo a ritos ancestrales. En lo que hoy es Andalucía se celebraban rituales funerarios en las culturas prehistóricas más antiguas, como la del Argar y la de los Millares, donde aparecen enterramientos muy diferentes con ajuares funerarios acompañando a los muertos. También ocurría en las culturas íberas, donde los restos incinerados eran enterrados en urnas junto a sus armas, si se trataba de un guerrero. La oración por los muertos acompañó al cristianismo desde sus primeros pasos, aunque fue necesario que pasasen muchos siglos hasta que la Iglesia estableciera una fecha para dicha celebración. Sabemos que en los primeros siglos de la Edad Media se oraba por los muertos en vísperas de la celebración de Pentecostés. Así lo recoge san Isidoro de Sevilla en sus «Etimologías», una especie de gran enciclopedia que abarca todos los conocimientos de la época. Tres siglos más tarde, un cronista germano, llamado Vidukindo de Corvey, señaló que en su época se celebraban las honras a los difuntos el primer día de noviembre. Será Odilón, uno de los grandes abades benedictinos de la casa matriz de Cluny, que impulsaron las grandes construcciones románicas de la Europa de aquellos siglos, quien estableció en todos los monasterios de la orden que se celebrar una fiesta en honor de los fieles difuntos y la fecha elegida para ello fue la del 2 de noviembre. Desde los cenobios benedictinos la celebración fue extendiéndose a los monasterios de otras órdenes religiosas y también a las diócesis regidas por el clero secular. Bien entrado el siglo XIV, la Iglesia establecerá en su calendario litúrgico dicha celebración que ya se encontraba muy extendida en el mundo cristiano. En la iglesia ortodoxa la celebración de los fieles difuntos, que tiene gran solemnidad, se ha mantenido como a principios del Medioevo y está ligada a la festividad de Pentecostés.
El proceso de laicización que ha acompañado a la sociedad española en las últimas décadas, que ha llevado a que la presencia de fieles en los templos haya disminuido de forma considerable y que muchas celebraciones hayan perdido la capacidad de convocatoria que gozaron en otro tiempo, no parece afectar a la ancestral costumbre de recordar a los difuntos y participar en la liturgia en cada dos de noviembre. Es probable que influya en ello la enorme fuerza que desde tiempos prehistóricos el culto a los muertos haya ocupado, preocupado y hasta fascinado a las personas que, en muchos casos, entienden que con sus antepasados fallecidos establece un vínculo con el más allá.
(Publicada en ABC Córdoba el 2 de noviembre de 2013 en esta dirección)
Pues me parece muy interesante la colaboración del profesor Calvo Poyato yo ignoraba por qué se celebraba en estas fechas.