Una corbata, el tipo de calzado o nuestra vestimenta pueden ser decisivos en acontecimientos relevantes de nuestra vida.

LOS grandes autores de la llamada novela negra sostienen que una parte importante de la trama de sus obras se encuentra en los detalles, incluso en los pequeños detalles que en un primer momento parecen carecer de importancia. El lector suele pasarlos por alto al leerlos, pero luego ha de volver a ellos para entender alguno de los hechos más importantes que acontecen en el desarrollo de la obra. Los pequeños detalles resultaban ser fundamentales para que Sherlock Holmes o Hércules Poirot resolvieran crímenes complicados o casos complejos, haciendo bueno el dicho popular de que hay que tirar de la punta del hilo para llegar al ovillo. Pero no sólo los pequeños detalles —una puerta que quedó entreabierta, el sonido de un tren que circulaba por un determinado lugar a una hora concreta o el color del pelo de un personaje– son importantes en la trama de una novela negra. Lo son en otros géneros novelescos. Sirven para adornar escenas y para dar credibilidad; a veces son los pequeños detalles los que permiten un mejor conocimiento de determinadas situaciones. Son los detalles los que, en innumerables ocasiones, nos dan la clave para el conocimiento de las actitudes de un determinado personaje. Ellos convierten en jugosa una escena o permiten comprender el por qué de un determinado hecho.

Existe una sabrosísima anécdota recogida en la correspondencia de don Juan Valera y don Serafín Estébanez Calderón a quien el escritor, político y diplomático egabrense debía su introducción en los círculos literarios de la capital; algo que Valera jamás olvidó. La referida anécdota tiene su origen en una carta de Valera, desde Río de Janeiro, en la que relataba a don Serafín una de sus correrías amorosas en Copacabana con una escultural mulata. Don Juan se mostró parco en su explicación por lo que Estébanez, en su respuesta epistolar, le pedía detalles sobre el referido lance amoroso. Todo apunta a que el escritor costumbrista, más allá de la indudable carga erótica que encerraba su petición, sentía especial interés por los detalles de la aventura amorosa del joven Valera —por aquellas fechas rondaba los treinta años—, considerándolos un elemento tan importante como la noticia de la que daba cuenta el que años más tarde sería autor de «Pepita Jiménez».

Confieso mi debilidad por el detalle tanto en el terreno de la ficción como en el campo de la historia. A la ficción aporta verosimilitud y hasta convicción. Para historia me parece fundamental, fue cultivado desde la antigüedad por Tucídides o Suetonio. El primero se empeñaba en señalar el aspecto de las ciudades, la forma de los ríos o la altura de las montañas y así lo hace en su «Historia de la guerra del Peloponeso». El segundo en su «Vida de los doce césares» nos proporciona detalles morbosos, obscenos o picantes que nos retratan al emperador tanto como sus grandes hazañas.

Siempre he sostenido que un detalle en apariencia nimio —el uso de una corbata, la forma del peinado, el tipo de calzado o el aspecto de nuestra vestimenta—, puede resultar decisivo no sólo en el terreno de la ficción sino en acontecimientos relevantes de nuestras vidas.

(Publicada en ABC Córdoba el 23 de octubre de 2013 en esta dirección)

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