La zafiedad y la chulería son moneda de cambio en nuestra sociedad, como es el caso del líder de UCOR, Rafael Gómez.

DESPUÉS de muchos años —la justicia en España es, por las razones más diversas, históricamente lentísima hasta el punto de que su administración se convierte en injusticia—, ha visto la luz la sentencia del caso Malaya. Así se denominó policialmente al saqueo del Ayuntamiento de Marbella, perpetrado por una connivencia infame de gentes de muy diversos pelajes en torno a Juan Antonio Roca y los alcaldes que sucedieron a Jesús Gil. Dicho saqueo alcanzó cifras tan estratosféricas —las que podían corresponder a un municipio como Marbella en plena eclosión de la fiebre del ladrillo— que la sentencia ha parecido poca cosa a una parte no pequeña de la opinión pública. La sentencia, si bien se afirma que ha condenado a los culpables a las máximas penas que correspondían por ley a los encausados, ha dado lugar a no poca zozobra. Mucha gente tiene la impresión de que los grandes escándalos se saldan con penas un tanto livianas si se les comparan con las que caen a otros sentenciados por delitos que parecen mucho menores. Las sentencias judiciales deben surgir de la aplicación de la ley y, como reza el dicho… doctores tiene la Iglesia. Pero son muchos los que piensan que existen distintas varas de medir, que hay aplicaciones más estrictas y que otras son un tanto benevolentes. Es impresión extendida que, después del apaleo de tantos millones, a lo de Marbella le ha faltado poco para quedar en agua de borrajas. Una prueba la tenemos en que uno de los implicados, condenado a seis meses de prisión, conmutables mediante el abono de 3.650 euros, y al pago de una sanción de 150.000 euros le ha faltado tiempo para, al más puro estilo chulesco y acorde con esa zafiedad que han impuesto determinados programas de televisión que gozan de una notable cuota de pantalla, responder a la pregunta de un periodista acerca de la posibilidad de dimitir de su cargo de representante en la Corporación municipal cordobesa, al haber sido condenado en firme:

—«¿Dimitir yo? ¡Dimite, tú!»

Eso supone que, con la ley en la mano, tenemos tomando asiento en el salón de capitulares a un delincuente convicto y que, según los sondeos que se manejan en la ciudad, es el político más valorado de los que componen la corporación municipal. Tampoco mermó su valoración cuando dijo aquello de que él no había leído un libro en su vida con la misma chulería con que ha invitado a dimitir al periodista que le preguntaba por la suya. Aquello era una invitación soez a la no lectura. Aunque, vistos los resultados que en dicho menester obtienen los españoles entre dieciséis y sesenta y cinco años, según in informe elaborado entre los países de la OCDE…

La zafiedad, la chulería son moneda corriente en nuestra sociedad. También la falta de formas elementales de cortesía que la vida enseña a quienes quieren aprender, como es el caso del líder de Unión Cordobesa. Quizá por esa zafiedad y chulería imperantes, siendo un referente en tales actitudes, es el más valorado de nuestros munícipes. Eso hace que elucubremos sobre dos cuestiones inquietantes. Una sobre la sociedad cordobesa en su conjunto. Otra sobre la imagen que ofrecen los munícipes cordobeses, también en su conjunto.

(Publicada en ABC Córdoba el 16 de octubre de 2013 en esta dirección)

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