Las autoridades españolas parchean e improvisan con Gibraltar en función de las circunstancias.
Todo apunta a que la actuación de las autoridades españolas en lo relacionado con Gibraltar no acaba de tomar el camino adecuado. Una comisión de la Unión Europea ha venido a Gibraltar para inspeccionar exclusivamente los controles que se ejercen en la frontera para comprobar si España se excede en el cumplimiento de sus obligaciones como lo es luchar contra el comercio ilícito —es sabido que por Gibraltar entra a raudales el tabaco de contrabando—, pero no inspeccionarán los bloques de hormigón que Picardo ha ordenado arrojar al mar o las obras de ampliación territorial —ilegales a todas luces— del territorio gibraltareño. Tampoco esa comisión investigará el blanqueo de capitales, pese a que, como en el caso del contrabando, es de sobra conocido que Gibraltar es un paraíso fiscal de los que la Unión Europea tiene en el punto de mira. Un centro de blanqueo de dinero contra el que los países miembros de la Unión lanzan toda clase de denuestos. Nuestras autoridades han transigido con que se investigue sobre lo que interesa al Reino Unido y a Picardo, pero no se haga con lo que ha sido el origen de esta crisis. Los británicos, por demás, se muestran encantados con que las tensiones que Gibraltar provoca queden enredadas en estas que podemos denominar cuestiones menores, aunque no lo sean para los pescadores y otras gentes de la zona, para evitar entrar a fondo en el asunto mayor que es el de la soberanía del Peñón.
Rajoy se ha referido, en su discurso ante la Asamblea General de la ONU, como suelen hacer todos los presidentes de gobierno en idénticas circunstancias —lo hicieron Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero— a que Gibraltar es un anacronismo histórico y la única colonia que queda en Europa. Ha señalado la necesidad de conversaciones bilaterales —un avance al no admitir implícitamente en esas conversaciones a Gibraltar como hizo Moratinos en una pifia que queda para la Historia— con los británicos. Esa es la vía. Pero al mismo tiempo se plantea la posibilidad de efectuar gestiones conjuntas con el gobierno de Cristina Fernández —ojo no digo con Argentina que me parece un país extraordinario—, cuyo crédito internacional está por los suelos y cuya actitud con respecto a España no necesita de muchas explicaciones porque de todos son conocidas como las gasta la viuda de Néstor Kirchner.
Resulta difícil no sacudirse la sensación de que en todo lo relacionado con lo que compete a Gibraltar las autoridades españolas no han trazado una línea de actuación clara, más bien al contrario se tiene la impresión de que se parchea e improvisa en función de las circunstancias y de que se carece de una política encaminada a conseguir unos objetivos concretos. Los palos al agua han marcado siempre lo que hoy se denomina hoja de ruta. A diferencia de los británicos que no ofrecen fisuras políticas en sus planteamientos sobre Gibraltar, nosotros ponemos de relieve, a las primeras de cambio, unos enfrentamientos partidarios que nos llevan a la debilidad política y a unos cambios diplomáticos que sólo alientan esa debilidad. Hemos dados una de cal y otra de arena, y en política esa es una mala combinación. Es necesaria continuidad en la política con Gibraltar y no sólo porque Picardo haga declaraciones como la que acaba de efectuar ante la ONU.
(Publicada en ABC Córdoba el 12 de octubre de 2013 en esta dirección)